He aquí una obra y un autor que hubiésemos debido poder leer hace muchos años. Tuvimos que esperar, primero a que la revista Futuros nos lo presentara y tradujera algunos de sus textos al castellano. Ahora, en diciembre del 2010 Bardo Ediciones publica esta recopilación en este libro cuyo título La ciencia socialista, religión de intelectuales, lo es también de un artículo escrito (¡atención!) en 1905, lo acompañan otros dos interesantes textos La conspiración obrera (1908) y La revolución obrera que Majaiski escribió en 1918, solo un año después del triunfo de la revolución soviética. Para saber de este autor hubo que remitirse a Alexandre Skirda que en 1979 publicó en éditions du Seuil una edición de siete de sus textos, con el título Le socialisme des intel·lectuels, con una extensa presentación.
Jan Vaclav Majaiski (1866-1926), nació en la aldea polaca de Pintzov que entonces formaba parte de la Rusia zarista. Pronto empezó su activismo, siendo detenido, por primera vez, por escribir y distribuir literatura revolucionaria. En 1892, durante una importante huelga que paralizaba la ciudad industrial de Lodz fue detenido y pasó 3 años de cárcel y 5 deportado en Siberia. Será allí, en la perdida colonia de Vilonisk, donde completará la formación de su pensamiento. Primero escribirá un cuaderno titulado La evolución de la socialdemocracia en el que criticaba el oportunismo revisionista de los partidos socialdemocrátas, principalmente el alemán, el más potente de toda Europa y que se reclamaba marxista. Después, según cuenta Trotsky, con el que coincidió en Siberia, en sus memorias, escribiría dos cuadernos más, uno donde «realizaba una crítica del sistema económico de Marx, llegando a la conclusión inesperada de que el socialismo es un sistema social basado en la explotación de los trabajadores por intelectuales profesionales». En un tercer cuaderno criticaba la actuación únicamente política de dichos partidos y su obsesión por lograr parte de ese poder político. Las ideas fuerza de su pensamiento quedaban perfiladas.
Terminada la deportación, su vida no será tranquila, nuevamente es arrestado y finalmente se exilia a Suiza. En Ginebra publica La bancarrota del socialismo del siglo XIX y La Revolución burguesa y la causa obrera; pero ante todo en 1903: El trabajador intelectual. En ellos desarrolla un pensamiento original y pionero, una crítica al sistema capitalista y a su ideología: la democracia, también al concepto de progreso en esta sociedad industrial. El desarrollo del sistema capitalista se basa y conlleva la división y especialización de tareas, en el proceso de producción aparece el papel de los técnicos intelectuales, cuya función les permite penetrar entre la burguesía: científicos, ingenieros, químicos, profesores, abogados, periodistas, etc., que finalmente ocupan los puestos claves que permiten el funcionamiento del sistema; «El Estado democrático significa que el científico toma el lugar de la policía, o más bien que se pone en el mismo rango que la policía». Parte de estos intelectuales, que determinan el monopolio del saber, se unen y dominan el movimiento socialista, tanto los llamados utopistas como el socialismo científico de la socialdemocracia, creyéndose más capacitados que nadie para gestionar el proceso de producción y el Estado y se servirán de los obreros para conseguir sus objetivos, a través de la esperanza de la ideología socialista. Por lo tanto el marxismo y el anarquismo quedarán convertidos en unas nuevas ideologías infalibles e irrefutables como consecuencia de un determinismo lineal con raíces teleológicas, convencidas de su mayor eficacia en la gestión y en el desarrollo del proceso de producción y que el simple hecho de anunciar que la gestión de las fábricas pasaba de las manos de los capitalistas a las de los proletarios significaría para el obrero el fin de la opresión, «Los anarquistas, con su aspiración a la ‘cientificidad’ a la par de la de los marxistas, no hacen sino mantener al socialismo en el terreno de las creencias. La ciencia socialista cumple aquí una función común a todas las religiones, por su pretensión de ‘cientificidad’, de objetividad, por su carácter omnisciente y obligatorio por todas partes y para todos».
Cuando estalla la revolución de 1905, Majaiski regresa a Rusia y allí escribirá La ciencia socialista, religión de intelectuales, donde se sintetizan sus ideas; «Los socialistas tanto cuando hablan con los gobiernos burgueses como cuando hablan con los obreros, y siempre con una amable sonrisa: demuestran a los gobernantes que los sindicatos refuerzan la dependencia de los obreros, aunque a los obreros les aseguren que los sindicatos los lleven a la independencia». ¿Pero cómo, entonces, los proletarios podrán liberarse de la opresión y de la explotación? Por medio de La Conspiración obrera, mediante la autorganización de los obreros por ellos mismos, es decir, que la emancipación de los trabajadores o será obra de ellos mismos o no será. «Es pues evidente que la huelga económica mundial, la supresión de la opresión obrera no se preparará jamás desde los sindicatos ni desde ninguna otra organización legal, obrera o socialista. De ello se infiere que la libertad política, por más desarrollada que esté, no nos acerca un ápice a la revolución obrera. La huelga económica mundial, la expropiación de todos los apropiadores, no puede prepararse sino desde organizaciones obreras clandestinas, no pueden hacerlo sino mediante la conspiración obrera».
En 1918, Majaiski escribirá La revolución obrera, una de las primeras y más lúcidas críticas al partido bolchevique y a sus burócratas, esta clase intelectual que gestionará el Estado y la producción de este sistema de capitalismo de estado. «Los bolcheviques se esforzarán en vano magnificando la Patria Socialista e inventando formas de gobierno lo más populares posibles; en tanto las riquezas permanezcan en manos de la clase burguesa, Rusia no dejará de ser un Estado burgués»